Décadas atrás, todo se aprovechaba. Los más veteranos de cada casa suelen recordar cómo se reutilizaban los envases de vidrio una y otra vez, se reelaboraban nuevos platos cuando sobraba comida o se fabricaba jabón con aceite de cocina usado. Hoy, estos y otros procesos se enmarcan en lo que se conoce como economía circular. Este concepto, que va más allá de las clásicas tres erres —reducir, reutilizar y reciclar—, se ha colocado en el centro del nuevo paradigma económico y es una pieza clave en la transición energética.
Entre los sectores que pueden salir más reforzados de este redescubrimiento de la economía circular se encuentra el del transporte, como evidencian Miguel y su abuela Milagros. Su historia es paradigmática porque, pese a pertenecer a dos generaciones distanciadas en el tiempo, tienen puntos en común.
El viaje en el que Miguel se estrenó como conductor, nada más aprobar el carnet de conducir, lo quiso hacer en compañía de su abuela para ir hasta la casa familiar que comparten en la costa murciana. Cuando se detuvo a repostar, llenó el depósito con diésel 100% renovable en una estación de servicio de Repsol: “Explícame otra vez eso de que se produce con aceite de cocina usado”, le preguntó Milagros a su nieto, y este le contó cómo, tras años de investigación y desarrollo, hoy existe un proceso químico que permite dar una segunda vida a este aceite de cocina y transformarlo en energía para los coches.
Las croquetas del aprovechamiento
Milagros no entendió del todo lo del “proceso químico”, pero captó rápidamente cuál era la esencia del proceso: reaprovechar los recursos de los que disponemos, algo que lleva haciendo toda la vida. Entonces, la mujer de 89 años recién cumplidos le habló a su nieto de las “croquetas de aprovechamiento” que tanto le gustan desde que era pequeño y que ella preparaba con restos de guisos de pescado o carne que sobran tras las reuniones familiares.
Es entonces cuando Miguel toma conciencia de que la economía circular, que a él le parece tan novedosa, ha estado presente desde hace muchos años en nuestros hogares. “Teníamos que apañarnos con lo que había —explicó la abuela—, en mi casa no se tiraba nada”. “El aceite de cocina usado lo utilizábamos entonces para fabricar jabón, mientras que por las botellas de cristal, por los cascos, nos daban tres pesetas en las tiendas”, recordó.
Así prosiguió la conversación por la autopista hasta Cartagena, donde Miguel quiso enseñarle a su abuela su lugar de trabajo: la primera planta de producción a gran escala de combustibles renovables de la península ibérica. El joven realiza sus prácticas del grado de Química en el complejo industrial que tiene Repsol en Cartagena, donde se fabrican 250.000 toneladas anuales de este tipo de combustible. Miguel le explicó que el diésel 100% renovable está ya disponible en más de 350 estaciones de servicio y esta cifra alcanzará las 600 antes de que termine el año. Observando aquel lugar, Mila comprendió que los tiempos cambian, pero las mejores soluciones permanecen.
La historia de Milagros y sus croquetas, son reflejo de cómo la economía circular puede unir generaciones y cambiar el futuro. Mientras la tecnología avanza y ofrece soluciones innovadoras para el transporte, no se deben olvidar las prácticas tradicionales de aprovechamiento que las abuelas ya utilizaban. En un mundo donde los recursos son limitados, optimizarlos y minimizar la generación de residuos es clave para reducir las emisiones de dióxido de carbono.
Fuente: El Diario.es